jueves, agosto 31, 2006

Venezuela parte II

Cada vez que vengo a Venezuela hay una especie de convulsión. Ojo, no es que yo provoque tales reacciones en mis compatriotas, es que Venezuela sufre de convulsiones crónicas. El tema de esta visita, o más bien, el eterno, es político. Llegué a pocos días del lanzamiento de la candidatura de Manuel Rosales y el retiro de casi todos los candidatos de la oposición, en favor de una candidatura "única". Sólo que no contaron con el pequeño detalle de que a última hora aparecieron más de veinte que se inscribieron. Parecen al tristemente recordado chiripero que llevó a Caldera a la presidencia por segunda vez. Eso significa que si el CNE no da señas de garantizar la transparencia de las elecciones y la oposición decide retirarse del juego, Chavez tendrá más de 20 opositores que nadie conoce pero que le darán respaldo "legal" al proceso.

Por otra parte, cuando todo parecía indicar que por fin que los esfuerzos se iban a canalizar en la campaña, planes de gobierno y condiciones mínimas para ir a elecciones en diciembre, irrumpe el gordo Juan Barreto, Alcalde Mayor de Caracas con dos episodios dignos de la más enrevesada tragicomedia. El primero, el comportamiento grosero y ordinario contra los alcaldes de oposición en una reunión abierta a la que asistieron familias completas con niños y todo. En Venezuela, los mensajes a través de los medios de comunicación, deben ir precedidos por una especie de guía donde se indica al público al cual va dirigido, qué tipo de lenguaje se usa, si contiene violencia, sexo y si pueden verlo los niños sin la presencia de sus padres o representantes. Además hay limitaciones de horarios por tipo de contenido. Sin embargo, Juan Barreto tiene derecho a dirigirse al público en el lenguaje que le de la perra gana, fomentar toda la violencia que le provoque y llamar putrefacta a la clase media, porque para eso es alcalde y del oficialismo, para más señas. Dicen que hasta escupitajos y golpes hubo detrás de cámara. Como si eso no fuera suficiente, luego oficializó una de sus grandes amenzas. Decretó la expropiación de los campos de golf de Valle Arriba y del Country Club para construir viviendas para la gente pobre (que tienen que votar en diciembre y desde hace siete años están esperando la casita que le prometieron). Mientras los analistas dan razones por las que el decreto es inviable, efectista o inconstitucional, hay convulsión entre los diferentes sectores del chavismo y a los simples mortales de la clase media lo que nos queda es hacer chistes, reirnos, burlarnos.

En este viaje también he aprovechado de encontrarme con mis amigos queridos. El lunes me reuní con María Angélica en casa de Annelie, mi anfitriona oficial. La pobre, desde que se compró este apartamento grande y bien situado, no ha dejado de calarse a esta visitante.

El martes fuimos a casa de Adriana y Fabián (quien supuestamente me va a mandar fotos) y nos quedamos como hasta las 2 de la mañana. Podíamos haber amanecido hablando, pero en algún momento recordé que no todos estábamos de vacaciones. Lo que pasa es que los cuatro hablamos más paja que un libro de tercer grado y mientras haya vino o cualquier otra cosa rica para acompañar, los temas no se agotan. Entre pornernos al día con lo que ha pasado desde la última vez que nos vimos y los planes próximos, pasando por los amigos, chistes y la eterna búsqueda de la solución a los problemas del mundo; se pasa el tiempo sin darnos cuenta.

Anoche nos fuimos a cenar a Sibaris, el nuevo restaurant de Sumito Estévez y Héctor Romero. Me da rabia sonar a cliché, a moda, pero es inevitable. No puedo decir lo contrario porque todos los que lo han dicho o escrito, tienen razón. El restaurant es una experiencia maravillosa. La comida es deliciosa, lo cual es otro lugar común viniendo de este par, y desde que entras te hacen sentir VIP. La amabilidad del personal es parte integral de la velada. Te explican con detalles todo lo que quieres saber del menú o del local y están pendientes de todo. Por supuesto que conocer al chef es una ventaja, pero en este caso, los muchachos no lo sabían cuando nos recibieron como si vinieramos en el Ferrari que estaba estacionado en la puerta. Aparte, el ambiente es divino, desde el diseño hasta la música de fondo. Yo me dí el lujo de comer un menú escogido por el chef, así que la incógnita de qué vendrá le agregó una magia muy especial a la velada. Una aperitivo y tres platos a base de pescados y mariscos con sabores y texturas diferentes y contrastantes me mantuvieron embrujada todo el tiempo. Me gustó, además, el detalle de la cocina abierta. Trabajar en la cocina de un restaurant es estresante y sin embargo, estos jóvenes que están en exhibición, parecen bailarines de ballet: trabajan con una gracia y una pulcritud que sólo ellos saben el esfuerzo que están haciendo. Al final, nos quedamos hablando un rato con Sumo y Héctor como si estuviéramos en la intimidad de la casa porque así se siente ese espacio tan acogedor que normalmente se usa para tomarte algo mientras esperas. Definitivamente, Sibaris es un lugar obligado en Caracas para el que le gusta la buena mesa.

Hoy pasé por mi antiguo hogar: la oficina de Unicef. Encontré varias caras nuevas, otras conocidas, pero siempre la extraña sensación de volver como invitada a lo que fue tu casa. Es como verse desde afuera, sin embargo no puedo evitar pasar y saludar, aunque sea por un ratico. También es parte de mi rutina.

Para esta noche no hay planes especiales, pero todavía falta mucho por hacer.